De esta humanidad enloquecida
que ya no mira a Dios sino a su ego
y a las cosas del mundo todo fía
no puede ya esperarse nada bueno.
A Dios Nuestro Señor, a Dios le ruego
que tenga la clemencia inmerecida
de ponernos de nuevo en el sendero
que conduce hacia Él desde esta vida.
Que nuestras almas toque y despertemos
del sórdido delirio en que nos hemos
sumido enteramente y con porfía.
Sólo así, acogidos a la guía
del Único que impide nuestra ruina,
de un mañana mejor gozar podremos.