¡Y que vivan las tetas! ¡Y que viva la libertad! Por Luys Coleto
Nada hay más profundo que la piel. Trémula, palpitante y gloriosa epidermis, pedregosa cristalización del incierto y precario devenir temporal, en la que se van inscribiendo todas las narrativas biográficas que habitan en cada uno de nosotros.
Nada hay más profundo que la piel
Nada hay profundo que la piel, obvio. La piel, el cuerpo humano al desnudo, parcial o totalmente, lleva siendo una cuestión preñada de tabúes y controversias desde mediados del siglo XIX. El desnudo, siempre inocente. La que jamás deviene inocente ni ingenua es la mirada ajena. Limpia, algunas veces. Sucia en multitud de ocasiones. Y si tantísimo incomoda a tantos hombres (y mujeres), ¿no será que, en puridad, están mirando demasiado? La hipocresía de toda la vida.
Y pasemos a escrutemos tan proceloso y hermosísimo asunto. Arrebatador y bello, pues las tetas femeninas regalo divino son. Dadoras de vida. De crío te mola el contenido. Y cuando comienzas a tener pelos en los huevos, el continente. Y, por ende, infieres que el sujetador, invento del Maligno es. Veamos.
Según Facebook, el pezón femenino es peor que la tortura
Hogaño, el maravilloso y libérrimo topless, cayendo en picado. Mientras para las mujeres de los 60 y 70 era una muestra de lucha contra el difuso "patriarcado", las mujeres menores de treinta no sienten que exhibir sus pechos en la playa sea algo "liberador". Los tiempos cambian. Una barbaridad, don Hilarión dixit. Y, en tal asunto, a peor. Cada vez más prejuicios y recelos. E incongruencias.
Se podrían apuntar a los revenidos y pueriles códigos de conducta sociales de la época victoriana como las génesis de la actual cruzada anti-desnudez. Otrosí, a las raíces puritanas de la cultura estadounidense, y por extensión global. O señalar al más plano, zafio y burdo mercantilismo: Apple e Instagram obtienen más pasta prohibiendo pezones y areolas que permitiéndolos.
Facebook, por ejemplo. Más preocupado por los pezones que por inquietantes aberraciones de toda índole entrevistas en tal red social. Opacando los genitales de esculturas renacentistas. Y en pintura, ¿tapamos el culo a La Venus del espejo de Velázquez o el tetamen de otra Venus, de Urbino esta vez, de Tiziano Vecellio? ¿O el chuminete de nuestra goyesca maja? ¿Cubrimos a la hipnótica Olympia de Manet? O, mi predilecta, la fascinante hembra de Las puertas del ocaso de Herbert James Drapper. ¿Qué hacemos con ella? ¿Iconoclastias plurales? Joder, qué tropa. Feisbuquera y más allá. Hasta los confines.
¿Quién dicta que el pezón masculino es menos erógeno que el femenino?
Rememoren. Super Bowl yanqui. 2019. El tatuadísimo Adam Levine se despoja de su camiseta. Polémica. Y brotaron otros recuerdos de otra Super Bowl, quince años atrás. El celebérrimo PezonGate. El gran Justin Timberlake, zas, brotando cobrizos tetón y pezón derecho, tan estrellado. Escandalera mundial. El Nipplegate manifestaba de manera tan circense el absurdo y tremendo carácter conflictivo del pezón femenino. Ya en 2004 un mundo irremediablemente echado a perder. Incluso judicializándose el asunto.
Y echemos la vista bastantes décadas atrás. El incomprensible e hipocritón celo hacia las partes del cuerpo humano no se aplicó durante decenios exclusivamente a las mujeres. La denominada democratización del baño a principios del siglo veinte provocó que surgiese una estupenda y fecundísima industria: la del bañador.
¿Y cómo eran las piezas mercadeadas por aquel entonces? Para los hombres, de cuerpo entero, envolviendo ostensible y completamente el pecho. Y, como en tantas cosas, para mal en muchas ocasiones, Yanquilandia, represiva y autoritaria vanguardia. Y arbitraria. Todo prohibiciones: no al nudismo, pero tampoco a los pezones. Ni masculinos ni femeninos. Bien entrados los años treinta, numerosas administraciones yanquis - estatales y locales - prohibían por ley a los hombres mostrar su pecho.
Los hombres de entonces, como las mujeres de ahora, pelearon por su derecho a mostrar sus pezones en público. Lo hicieron pese a las duras sanciones, y pese a las patéticas legislaciones prohibitivas. Décadas después, aunque pueda parecer lo contrario, la historia es muy distinta entre las mujeres. Los pezones del hombre ya ganaron su batalla, mientras que los de las mujeres continúan siendo objeto de escrutinio. Baboso en tantas ocasiones. ¿Coherencia hasta las últimas consecuencias? Hoy solo el burkini. Lo demás, subjetivista y fangoso terreno.
Vivan las tetas, viva la libertad
Desde luego que hubo un tiempo en que todos los pezones tuvieron problemas frente a la ley. Pero el contraste de sus destinos y lo disímil de las penalizaciones sociales aclaran en gran medida el surgimiento de movimientos como #FreeTheNipple .Hoy, como en los años treinta, tan batalladores. Y tan necesarios...
…Y lo dicho al inicio. ¡Vivan las tetas! Y, sobre todo, viva la libertad, ese divino tesoro que con la plandemia va camino de eclipsarse definitivamente. En fin.

Mejor tapadicos