------------
Un año de mili me chupé:
a los diecinueve me reclutaron
y con veinte me licencié.
Tuve suerte, me tocó en Madrid.
El primer mes estuve en Colmenar Viejo,
donde juré bandera.
De allí recuerdo las largas
jornadas de instrucción
–¡izquierda, izquierda,
izquierda, derecha, izquierda!–
y a un charnego catalán
que me agarró por la muñeca
y sentenció mirando mi mano:
«Tú no has trabajado en tu puta vida».
De Colmenar me destinaron
al Regimiento de Caballería
Villaviciosa nº14
en Boadilla del Monte,
donde pasaría
los once meses restantes.
En mi nueva “casa” me enseñaron
a tirar con el cetme y en un carro
de combate me monté.
Después, como era
estudiante de Derecho,
un puesto me asignaron
en el juzgado del cuartel.
Tenía pase pernocta
y en mi hogar, dulce hogar
dormía,
pero antes del alba volvía,
para el toque de diana,
a mi vida militar.
Recuerdo el autobús
que a esas horas cogía,
lleno de sorchos y de chachas
que a los chalés de la zona
iban a trabajar.
Hice varios amigos
de cuartelaria ocasión;
entre ellos, Bonilla,
madrileño y socarrón,
con cuyas cáusticas bromas
me reía un montón.
Interpretaba sus propios gags
paródicos o autoparódicos.
Por ejemplo, nos decía:
«Voy a pedirle al Capitán
permiso para librar
la próxima semana».
Hacía como que iba
a su despacho
y al cabo de un rato volvía
con la mano en la mejilla
y lacónico nos decía:
«No me preguntéis qué me ha dicho».
Dos arrestos sufrí:
uno por no llevar
la gorra en lugar descubierto
y otro por escuchar
la radio durante un refuerzo*.
El segundo dio con mi cuerpo
mozo en el calabozo.
Ahí coincidí con un par de gitanos,
quinquis a más no poder,
que daba miedo sólo ver.
Estaban a la espera
de ser juzgados por haber
cogido el coche del Coronel
y haberlo empotrado una noche
contra un burdel.
Menos mal que al saber
que yo era “el abogado”
del cuartel
me trataron con respeto
por su propio interés.
El 25 de julio, ya hacia el final
de mi servicio militar,
para el desfile del Patrón
del Arma de Caballeros,
se me hizo el honor
de elegirme portador
de la corona que ofrendamos
al Apóstol Santiago.
Y con brío cantamos
nuestro himno que así acaba:
«¡Santiago y cierra España!».
*Guardia nocturna.