
Hablar con el diablo, derecho y deber. Por Luys Coleto
Sabe mi admirado –admiradísimo – antagonista Rafael López que mientras Margaret Thatcher moró el diez de Downing Street, la banda asesina IRA no obtuvo - ni rozó siquiera- ninguno de sus objetivos políticos. Con los terroristas no se dialoga, sino que se les aplica la ley como lo que son: delincuentes. Además, singularmente crueles.
El diablo, más allá de la propaganda, maldad
El horror del IRA, indecible. Y contra ello, Maggie, implacable. No puede sorprender que cuando el SAS (Servicio Aéreo Especial, en inglés, Special Air Service) asesinó a tres terroristas en Gibraltar, el 30 de septiembre de 1988, Thatcher, altiva y corajudamente (al contrario que nuestro Mister X), asumiese en el parlamento británico toda la responsabilidad.
Poco después procedió a prohibir que la BBC emitiera entrevistas o discursos de miembros del IRA y de su brazo político, el Sinn Fein. Radio y televisión británicas maquillaron dicha prohibición gubernamental contratando a unos actores de doblaje que facilitaban su voz a los dirigentes de dichos grupos. Y, obviamente, no hace falta ser muy listo: grave error. Clamoroso derrape. Y John Major, seis años después, derogó tales y contraproducentes y absurdas disposiciones.
Decisión que se demostró ineficaz. Hondamente. En ese sentido la información sobre los actos terroristas es un elemento básico para desenmascarar la propaganda justificadora. No para legitimarla. Ni darle oxígeno, expresión habitual.
El diablo, mentiras y verdades
Los terroristas, cuando son entrevistados por sus medios adictos (a saber, Egin o Gara) apostan el foco sobre la legitimidad de sus causas, sobre plurales agravios, heridas incurables, opresiones nacionales o de clase, injusticias o exigencias que llegan a denotar de “democráticas” (la "alternativa democrática" etarra, por ejemplo). Todo ello salpimentando con términos positivos, como libertad y derechos y paz, a fin de paliar el impacto de sus brutales crímenes e inicuos asesinatos, chantajes y extorsiones varias. En definitiva, de todos los sufrimientos que ocasionan a gente indefensa.
Y deviene cristalino que esa pretensión propagandística fracasa cuando se orienta el foco hacia los hechos, hacia los desnudos hechos, es decir, hacia su actividad criminal y sus consecuencias, que son, en definitiva, los que revelan el verdadero y atroz rostro del terrorismo. No su mendaz y vacua verborragia…
Contra la propaganda, hechos
...Y contra su propaganda, hechos (tampoco como respuesta, obvio, propaganda de Estado). Hechos informativos. Su trayectoria de horror, injustificada e injustificable, queda al desnudo. La de Eta, por ejemplo. Y la de tantos. Y la de los terroristas de Estado, por supuesto. Más impunes, todavía, que los etarras.
Y, de paso, conoces el punto de vista del terrorista. Más que nada, “históricas” razones de Estado mediante, cuando las tornas muden, tan variables, el "terrorista" puede llegar a ser otro y uno quiera conocer sus razones. Puedes llegar a ser tú. Las razones del "terrorista negacionista", giro de la historia, un suponer.
Narcos versus NarcoEstado
Un ejemplo, más allá del terrorismo. Con otros malos o "malos". El magnífico documental, Yo fui un narco, sobre las narcoperipecias de Laureano Oubiña. Denunciando lo sabido. Por ejemplo, el gran montaje que representó la garzonada de la Operación Nécora. El celebérrimo sumario trece noventa. Portabales coaccionado para testificar contra Oubiña, touchè. O, desde luego, el nuclear enunciado que lo condensa todo, el Estado narcotraficante, su ínsito e inherente ser. "Sin las fuerzas de seguridad del Estado no habríamos podido hacer lo que hicimos". Sic.
El diablo dice muchas verdades sobre otros diablos
Pues eso. Y como lector o radiooyente o teleespectador tengo todo el derecho a dudar de la versión de Sánchez o Marlaska o Garzón. Y puede resultarme mucho más veraz la de Oubiña. Los "malos" dicen verdades (y los "buenos" no dejan de mentir). He ahí todo el meollo.
Y deseo escucharlas. Y ningún Estado posee el derecho de hurtarme esa posibilidad. Ningún monstruoso Leviatán - genuina y auténtica maldad, con su propaganda terrorista durante la plandemia, por ejemplo, tan evidente - me impedirá informarme, más allá de sus ministerios de la verdad, donde me salga del pitín. En fin.